Agronomos Generales,Técnico Agronomico El debacle de la agricultura en México

El debacle de la agricultura en México

Del libro “Panorama de la agricultura en México”

Escrito por SALVADOR MENA MUNGUÍA

La consolidación de la independencia, la ingobernabilidad y el debacle de la agricultura

 

Las batallas más fuertes ocurrieron en el centro de México, la zona agrícola y minera más rica del país. Los rebeldes quemaban haciendas, mataban ganado, arruinaban el equipo minero y paralizaban el comercio.

Las fuerzas realistas se desquitaban empleando tácticas contraterroristas, devastando regiones que habían capitulado o apoyado a los insurgentes.

El gobierno virreinal perdió control de la mayor parte del país, que cayó en manos de bandas rebeldes o militares realistas que actuaban sin considerar las leyes o las necesidades de la economía del país.

Alrededor de 1821, al obtener México su independencia, la nación se encontraba en un estado de caos y la economía en ruinas (Rodríguez, 2006).

La agricultura, cuya producción se redujo a la mitad con las guerras de independencia, tardó mucho en recuperarse de la pérdida de tantos brazos que trabajaban.

A diez años de la consumación de la independencia, los campos de México presentaban un aspecto desolado, la inseguridad había provocado que los poblados quedaran casi abandonados y no fue sino hasta los años 1830 cuando se estabilizó el precio de la tierra.

En el inicio de la nación mexicana la posesión de tierras era lo que determinaba la posición de cada individuo en la sociedad, en ese contexto los Sánchez Navarro estaban entre los más grandes hacendados y las familias más viejas en Coahuila, descendían de los fundadores de Saltillo.

La riqueza de esa familia procedía desde el siglo anterior, cuando José Miguel Sánchez Navarro, cura de Monclova, acumuló una gran fortuna, además fue heredado por su sobrino, el capitán José Melchor Sánchez Navarro, dueño de las haciendas de La Soledad y Palau, cerca de Santa Rosa.

En 1840 sus hijos adquirieron el “ex marquesado” de Aguayo. De tal forma que la tierra dominada por los Sánchez Navarro llegó a ser de casi 90 000 kilómetros cuadrados de superficie. Al estallar la guerra contra los Ee. Uu. más de la mitad del estado de Coahuila ya les pertenecía y controlaban las áreas más productivas.

El latifundio de los Sánchez Navarro se dividía en varias haciendas, cada una de las cuales era administrada por un mayordomo (Fujigaki, 2004).

Con el tiempo llegarían a ser propietarios de buena parte de lo que hoy son los estados de Nuevo León, Zacatecas y San Luis Potosí.

El historiador Lucas Martínez, director del Archivo General del Estado de Coahuila e investigador del tema, señala que los latifundistas Sánchez Navarro montaron la trampa en contra de los rebeldes que habían osado atentar contra el Virreinato de la Nueva España y el orden establecido. Los intereses económicos de esa familia fueron fundamentales para entregar a los iniciadores del movimiento de Independencia al Virreinato, pero el dato que pocos saben es que ni siquiera esperaron recibir órdenes del virrey de la Nueva España, Francisco Javier Venegas, o del Comandante de las Provincias Internas, sino que los Sánchez Navarro organizaron a la gente en contra de Hidalgo con el argumento de que eran emisarios de Napoleón y seguro dejaron a su paso saqueo y destrucción.

Veremos más adelante en la historia de la Universidad Autónoma Agraria  a Antonio Navarro, de la familia antes mencionada. Don Antonio Navarro Rodríguez heredaría, dos meses antes de morir, el 24 de septiembre de 1912, parte sustancial de su fortuna como la Hacienda de Buenavista y 22 mil pesos

 

Para la construcción de una escuela de agricultura de beneficencia, bajo el amparo y protección de la ley, y cuyas bases formarán mis albaceas, como estatutos de dicha escuela y también nombrarán su consejo de administración, solicitando la aprobación que sea necesaria del gobierno (www.uaaan.mx/navarro/historia.htm)

 

La agricultura de México a principios del siglo xix, según Humbolt (1984), tenía como principal cultivo al maíz, que se producía desde los ríos Papaloapan y Coatzacoalcos, hasta el Valle de Toluca. Las plantas de maíz alcanzaban los trs metros de altura en los Valles de San Juan del Río y Querétaro, la tasa de reproducción era de 1:150 en algunas regiones y hasta 1:250 en otras, esto es por cada kilo sembrado se cosechaban 150 y 250 kilos respectivamente.

Su uso era muy variado, pues se utilizaba tanto como alimento humano como animal; su valor económico se consideraba estratégico, pues el resto de los granos se regía en su precio por las cosechas de maíz.

Por su parte, el trigo sólo se sembraba arriba de los 800 m.s.n.m., principalmente en los valles de Puebla-Atlixco y en el Bajío. La tasa de reproducción era de 1:60, mientras que en Cholula alcanzaba 1:80; señala Humbolt que el trigo se enfermaba con frecuencia de “chauixtle”, probablemente por la presencia de gusanos barrenadores del tallo; de ahí se derivó la frase coloquial cuando a alguien le va mal: “me cayó el chauixtle”.

Otra característica importante de ese cultivo era su gran capacidad de amacolle, él llegó a contar hasta setenta tallos de una misma mata.

También destacaba el cultivo del maguey, al que llamaba la viña de los indígenas, por su producción de pulque, aunque le encontraba grandes ventajas, como el ser altamente tolerante a la sequía y a diversos tipos de suelos y climas, además de ser altamente muy para el fisco, pues su gravamen era muy alto.

Jaime Rodríguez (2006) destaca el terrible contraste entre la Nueva España y el México independiente. Las guerras de la Independencia y el caos que le siguió arruinaron la economía de la nación y destruyeron la legitimidad de sus instituciones. Entre 1821 y 1850 sólo un presidente, Guadalupe Victoria (1824-1828), completó su periodo de gobierno. Durante los siguientes veinte años, la República se rigió bajo tres constituciones, veinte gobiernos y más de cien gabinetes. Como las administraciones siguientes dieron prueba de su incapacidad para mantener el orden y proteger las vidas y la propiedad, el país se sumió en la anarquía. Lo anterior contribuyó a la inestabilidad de México. La situación empeoró cuando el conflicto político degeneró en una guerra civil en 1834. Grandes secciones del país fueron destrozadas cuando federalistas y centralistas, liberales y conservadores, lucharon por el control político. Durante 1835-1845, los “seccionistas” establecieron las repúblicas de Yucatán, Texas y Río Grande, pero afortunadamente sólo Texas logró consolidar su independencia.

La inestabilidad política del país hizo de México presa fácil para la agresión extranjera. La república enfrentó las invasiones de España en 1829; Francia en 1838; Ee. Uu. en 1847, e Inglaterra, España y Francia en 1861. Alrededor del año 1850, muchos mexicanos temían que su nación dejara de existir; el país había perdido más de la mitad de su territorio y la regeneración nacional parecía imposible de obtenerse. En ese contexto la agricultura de México era la única actividad que tuvo continuidad y fue la que permitió al país sobrevivir literalmente hablando, aunque su avance técnico fue casi nulo, cuando menos hasta 1870.

El nivel técnico no había evolucionado en la etapa independiente, los cultivos eran muy vulnerables a plagas, sequías y fenómenos meteorológicos recurrentes. Los cultivos que más se producían eran el maíz y el trigo, los precios de los alimentos más populares como el maíz, el frijol y el chile variaban dependiendo de las cosechas. La agricultura de autoconsumo con maíz, frijol, chile y hortalizas seguía constituyendo la “milpa”.

Algunas tendencias de la época colonial seguían vigentes, como el desequilibrio en la distribución de la tierra, donde dominaban la Iglesia como propietaria y los hacendados laicos que, como grandes terratenientes, mantenían grandes extensiones sin cultivar. La carencia de capitales obligaba a los productores a endeudarse con prestamistas usureros o casi siempre con la

Iglesia, que se sostenía como la principal fuente de crédito a través del juzgado de capellanías (Fujigaki, 2004).

Humbolt (1984) explica que la vista de los campos de cultivo recuerda al viajero que aquel suelo da de comer a quien lo cultiva y que la verdadera prosperidad del pueblo mexicano no depende ni de las vicisitudes del comercio exterior, ni de la política inquieta de la Europa. Los que no conocen el interior de las colonias españolas sino por las nociones vagas e inciertas publicadas hasta el día con dificultad se persuadirán que los principales manantiales de la riqueza del reino de México no están en las minas, sino en su agricultura, que se ha mejorado muy visiblemente desde fines del último siglo. Humboldt profetizaba con entusiasmo:

 

El vasto reino de Nueva España, bien cultivado, produciría por sí solo todo lo que el comercio va a buscar en el resto del globo: el azúcar, la cochinilla, el cacao, el algodón, el café, el trigo, el cáñamo, el lino, la seda, los aceites y el vino. Proveerá de todos los metales, sin excluir aún el mercurio; sus excelentes maderas de construcción y la abundancia de hierro y cobre favorecerían los progresos de la navegación mexicana; bien que el estado de las costas y la falta de puertos… oponen obstáculos que serían difíciles de vencer.

 

El tiempo y la dura realidad desmentirían casi todos los entusiasmos. Durante largas décadas, México no consolidaría sus instituciones libres, no cosecharía los frutos de su legendaria (y sobrevalorada) riqueza ni conocería la paz. Por el contrario: viviría un largo, caótico periodo de guerras civiles e internacionales, de bancarrota y desprestigio, de desorientación ideológica y moral que lo llevaría a perder la mitad de su territorio y lo conduciría hasta el borde de la desintegración nacional (Krauze, 1994).

La destrucción de las minas de plata durante las guerras de la Independencia y el caos que le siguió fue, tal vez, el factor más importante de la depresión económica en México. Una rápida rehabilitación del sector minero habría ayudado mucho a la recuperación nacional, pero los problemas relacionados con la reapertura de las minas eran insuperables. Los combatientes destruyeron maquinaria costosa que era difícil de reemplazar; el equipo que escapó al vandalismo a menudo era descuidado, terminando así por enmohecer o deteriorarse. La lucha impidió la provisión de material requerido por los centros mineros. Sin esos materiales las minas no podían funcionar. Ellas consumían miles de metros de cuero que se usaban para hacer muchos objetos que hoy se fabrican con goma o plástico, tales como recipientes o envases impermeables, correas y empaquetaduras.

Las minas también usaban grandes cantidades de otros materiales, como granos para alimentar a los trabajadores y a los animales de carga; cáñamo para cuerdas, bolsas y otros equipos; carros y mulas para el transporte y ropa. La suspensión de las operaciones mineras a menudo producía serios daños a las minas. Las minas más ricas de México extraían plata de los pozos mineros más hondos del mundo. Dejar sin atención esos profundos túneles traía como consecuencia la rápida inundación de ellos con aguas de capas subterráneas o, como en el caso de la mina “La Valenciana”, en Guanajuato, con lluvias torrenciales. Eventualmente, las inundaciones debilitaban las vigas y otros apoyos, provocando el colapso en los túneles. Una vez que los hundimientos ocurrían, era demasiado caro reabrir las minas (Rodríguez, 2006).

Las comunidades indígenas se fueron constriñendo hasta constituirse prácticamente en refugios para los autóctonos que habían visto truncadas sus esperanzas de mejora social, se ubicaron en lugares inhóspitos e inaccesibles, donde el interés de los acaparadores no llegaba por los altos costos de inversión que se requerían para producir. Los pantanos de Tabasco, las regiones húmedas de Veracruz, las tierras frías de Chihuahua, Zacatecas, Nayarit y Jalisco, así como los desiertos del norte y sur fueron dejados en manos de los indígenas que tenían cierta libertad, aunque sus condiciones de vida eran muy precarias. Esos grupos constituían el 30% de la población rural y vivían en el 2% del territorio nacional. Los rancheros o productores independientes que vivían cercanos a las haciendas cerealeras se consolidaron en esta época, manejaban superficies de tierra de 100 a 1 000 hectáreas, algunos eran descendientes de españoles, se ubicaban en el altiplano de México, pero sobre todo en el occidente en Jalisco, Colima, Michoacán y Guanajuato. Ese grupo fue clave para recuperar la productividad agrícola del país y por ende su economía, representaban otro 30% de la población rural y poseían el 8% del territorio nacional. Los campesinos sin tierra comprendían el 40% restante y eran campesinos que habían sido despojados de sus tierras en el norte, principalmente por las haciendas comerciales ganaderas y el sur, por las haciendas azucareras. Unos y otros habrían de dar sustento a las fuerzas armadas de Francisco Villa en el norte y Emiliano Zapata en el sur, durante el siguiente conflicto armado que sufriría el país: la Revolución Mexicana de 1910 (Martínez, 1983).

La industria textil, como las minas de plata, tuvo gran dificultad en restablecerse después de la Independencia. La producción textil de lana y algodón había sido la empresa industrial más grande e importante del México colonial. Los obrajes, fábricas a gran escala y que empleaban varios cientos de trabajadores, eran comunes en el centro de México, sobre todo en Querétaro, Puebla y la ciudad de México.

Los pueblos indígenas se encontraban a menudo dedicados a la producción textil en gran escala, en obrajes manejados por la comunidad. Había también muchas personas que operaban pequeñas empresas con uno o dos telares. En el siglo xviii esas pequeñas empresas fabricaban más de un tercio de los paños de lana de la Nueva España. Las guerras de la Independencia y el caos que siguió desmantelaron la industria: muchos obrajes fueron destruidos y aquellos que sobrevivieron se enfrentaron con grandes dificultades para obtener las materias primas y luego distribuir sus productos terminados, debido a que los medios de transportes se encontraban interrumpidos.

La agricultura que empleaba a una abrumadora mayoría de mexicanos no pudo escapar a las dislocaciones que acosaron al sector industrial. Informes del gobierno indican la triste condición de la agricultura comercial. Los pequeños propietarios son los que más parecen haber sufrido. Muchos de ellos fueron arrojados de sus tierras, primero por la guerra y luego por la violencia, el caos político y la decadencia económica. Puesto que los pequeños propietarios formaban la base de la agricultura mexicana, su situación tuvo repercusiones muy severas. Los hacendados perdieron sus mercados de venta cuando las minas sucumbieron y los centros urbanos se redujeron. Muchos pueblos indígenas que producían antes para el mercado debieron tornar a una agricultura de subsistencia.

Durante el periodo colonial, un gran número de comunidades indígenas se especializaba en el cultivo del trigo para los centros urbanos y mineros; otros dedicaban sus esfuerzos a la cría de mulas para el transporte y el trabajo pesado en las minas y fábricas. En el año 1800, esos pueblos criaban millones de mulas, pero hacia 1850 el número había descendido a tan sólo unos miles.

La baja demanda de productos agrícolas tuvo como resultado el abandono de grandes extensiones de terreno que antes habían sido cultivados. El sistema de irrigación decayó, mientras que la ganadería agotó los suelos debido al exceso de pastoreo (Rodríguez, 2006).

Al hacer en 1845 de nueva cuenta la comparación con Ee. Uu. se aprecia que mientras que la República Mexicana alcanzó sólo 8 millones de habitantes, la de Ee. Uu. se expandió a 23 millones. El ingreso per cápita de México descendió de 116 pesos a fines del periodo colonial, a 56 pesos el año 1845, mientras que el ingreso per cápita de los Ee. Uu. se había más que duplicado. De esta manera, los mexicanos que habían ganado el 70% del ingreso per cápita de los Ee. Uu. en 1800, vieron reducido el suyo en 14% en 1845. Más significativo aún, la producción total de México que había igualado el 51% del producto nacional bruto de los Ee. Uu. en 1800, declinó a sólo 8% en 1845 (Rodríguez, 2006).

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