La agricultura se enfrenta a un gran reto: producir más alimentos y fibras para alimentar a una población mundial en aumento, con menor mano de obra, y adoptar métodos de producción más eficaces y sostenibles para adaptarse al cambio climático.
La FAO (2016) señala que “el cambio climático plantea enormes dudas sobre la disponibilidad de alimentos, lo que pudiera significar en el futuro un aumento del hambre y la pobreza en el mundo si no se toman medidas urgentes”.
Se prevé que para el año 2050 la población mundial ronde los 9,000 millones de habitantes, actualmente es de 7,350 millones, esto es se espera un crecimiento del 22% aproximadamente.
Por lo que la producción de alimentos deberá de hacerlo al mismo ritmo si la distribución fuera justa, por lo que tendría que ser mínimo del 30% para cubrir la demanda.
Sin embargo un factor que hasta el momento resulta imponderable y que hay que considerar, son los efectos del cambio climático, que duplicarían el pronóstico haciendo necesario prever un 60%.
El cambio climático afecta profundamente a las condiciones en las que se llevan a cabo las actividades agrícolas (agricultura, ganadería, pesca y actividad forestal).
En todas las regiones del mundo, las plantas, los animales y en general los ecosistemas se han ido adaptado a las condiciones climáticas imperantes, pero han disminuido su capacidad de rendimiento. Sin embargo esta respuesta natural tiene su límite, por lo que quienes se dedican al mejoramiento genético de las especies productivas de plantas y animales, deben buscar nuevos genotipos que respondan a estás condiciones.
Otro factor que actúa en contra es la pérdida de biodiversidad agrícola y los servicios ecosistémicos, entendidos como los beneficios que la naturaleza aporta a la sociedad. Muchos sistemas agrícolas ya resienten los efectos del cambio climático manifiestos en una productividad a la baja, la desaparición de algunas especies de plantas y animales, lo que perjudica en forma directa a la producción de alimentos y como consecuencia a la seguridad alimentaria, sin olvidar las repercusiones económicas que se traducen en el aumento de la pobreza en los países en desarrollo.
En resumen algunas de las principales repercusiones en la agricultura esperadas son el aumento de la incidencia de la sequía y los fenómenos meteorológicos extremos, la mayor intensidad de las presiones de plagas y enfermedades y la pérdida de biodiversidad.
Las previsiones a largo plazo apuntan a consecuencias negativas en la producción alimentaria que serán cada vez más graves después del año 2030. Es más probable que disminuyan los rendimientos de los cultivos y la productividad pecuaria, pesquera y forestal en las regiones tropicales en desarrollo que en los países desarrollados templados.
Ante este escenario de alto riesgo para la seguridad alimentaria mundial es impostergable que los planes de desarrollo agrícola de los países en desarrollo sobre todo con climas tropicales consideren medidas de mitigación de los efectos negativos del cambio climático.
En nuestro país alrededor del 30% del territorio es de clima tropical, un 20% es templado y casi el 50% es árido y semiárido. Sin embargo los regímenes de lluvia están cambiando y la distribución de las temperaturas también por lo que hay que pensar en diseñar cultivos tolerantes a altas temperaturas, a mayores periodos de sequía y más precoces, a la par es necesario desarrollar sistemas informáticos que nos permitan conocer con exactitud el comportamiento agro climático regional para estar en condiciones de identificar a tiempo las tendencias de los posibles cambios climáticos y tomar previsiones para diseñar programas de mitigación o adaptación al mismo.
Ojalá y los candidatos lo consideren en sus programas de gobierno en lugar de negar su existencia como el presidente de los Estados Unidos.
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